EXPEDICIÓN DEL INSTITUTO ETNOLÓGICO NACIONAL A LA SERRANÍA DEL PERIJÁ, 1944
Cuatro etnógrafos entre los motilones - yuko - yukpas: “indio salvaje”, “indio manso”.
Por: Andrés González Santos
Hombres yuko con flautas de pan. Fotografía de Gerardo Reichel – Dolmatoff. 1944. Archivo Fotográfico del ICANH
INTRODUCCIÓN
Después de cuatro siglos y medio de diversas formas de conquista, encomienda, reducción, pacificación, evangelización y colonización sobre las comunidades indígenas de la serranía del Perijá, estas reciben, en 1944, a cuatro expedicionarios cuyas intenciones pusieron a los indígenas en una posición hasta entonces desconocida para ellos: la de ser objeto de estudio para la joven ciencia de la antropología. La expedición, financiada por la Fundación Rockefeller y el Ministerio de Educación Nacional de Colombia, estuvo dirigida por el investigador Gerardo Reichel-Dolmatoff, e integrada por la etnóloga Alicia Dussan de Reichel y los estudiantes del Instituto Etnológico Nacional Roberto Pineda Giraldo y Virginia Gutiérrez Cancino. Su propósito fue contribuir, en palabras del mismo Reichel-Dolmatoff, “a un mejor conocimiento de la etnología colombiana y en especial de este grupo indígena tan poco conocido” (Reichel-Dolmatoff 1945, 16).
El proyecto antropológico de Paul Rivet y su teoría difusionista orientan la visión de los investigadores. Ellos buscan las expresiones culturales que pueden conectar los distintos grupos humanos, y construyen árboles genealógicos que remontan las creaciones, prácticas y creencias a un antepasado común. La recolección de información de los grupos indígenas se divide en los temas de antropología física, lingüística, arqueología y etnología (principalmente en lo relacionado con las prácticas y creencias religiosas, la organización social y política y los sistemas de parentesco y de producción). Su fin es comparar y clasificar la información en cuanto al origen y difusión de las diferencias culturales; se recoge el mayor número de objetos de la cultura material como testigos de estas comunidades.
Esta forma de concebir la etnografía plantea un desafío: encontrar grupos indígenas cuyas manifestaciones culturales hayan sido poco o nada transformadas por el contacto con la sociedad occidental. El desafío se hace urgente, tanto más cuanto se sabe que las culturas llamadas “primitivas” están en vías de desaparición (una postura política que tiene sus raíces en el indigenismolatinoamericano cuya principal preocupación gira en torno a la mencionada creencia). En esta búsqueda, el relato etnográfico oculta frecuentemente todo dato que pueda dar cuenta de los cambios culturales que por conquista, colonización y evangelización han sufrido estas comunidades; la realidad es presentada (reemplazada) por la ficción antropológica. Sin embargo, el relato también muestra lo que oculta.
Motilones cargando fardo fúnebre. Fotografía de Gerardo Reichel-Dolamotoff. 1944 Archivo Fotográfico del ICANH
LA ETNOGRAFÍA DE LOS MOTILONES
El primer documento, escrito por Reichel-Dolmatoff y basado en datos recogidos por él y por Alicia Dussan, comprende una amplia descripción de las principales formas de organización social y cultural de los motilones, y realiza un estudio comparativo de la lengua de las comunidades visitadas. Este texto se titula “Los indios motilones: etnografía y lingüística”, y fue publicado en la Revista del Instituto Etnológico Nacional en 1954.
Cuenta el autor que la expedición mantuvo contacto con dos grupos tribales cuyas diferencias dialectales, fenotípicas y culturales las percibe como poco significativas (Reichel-Dolmatoff 1945, 18). A unos se los conoce como yukos, habitan en las tierras altas de las sierras de Perijá y Bobalí y en sus vertientes oriental y occidental; a los otros como kunaguasayas, de tipo físico mayor, habitantes de los valles del alto río Catatumbo y el río de Oro. El estudio de la lengua lleva al autor a concluir que ambos grupos están emparentados con la familia lingüística karib. Los karib cargan la imagen que los presenta como bárbaros, imagen que los mismos antropólogos usan para pensar a los motilones.
Reichel-Dolmatoff presume que el territorio motilón ha sido reducido sistemáticamente por la usurpación de tierras por parte del blanco (designa este término a toda persona que para los indígenas es extranjera, pues el colono, en esta región, es en gran parte afrodescendiente), por la producción agrícola y ganadera y por la explotación petrolera. Esta reducción ha ejercido una fuerte presión sobre los distintos grupos tribales, que se han visto confinados a unas tierras en su mayoría poco productivas, y a una guerra permanente contra el colono y entre ellos mismos.
El territorio se presenta así como una fortaleza casi inexpugnable en la que el indio ha logrado mantenerse aislado y sobrevivir al embate de la presión civilizadora de la sociedad occidental:
El terreno favorece altamente a los indios en su aislamiento, y ellos saben aprovechar perfectamente estas defensas naturales que se les ofrecen. El Motilón, como indio de la selva, vive completamente adaptado a este medio y se confunde con él inseparablemente. Él es el dueño de esta tierra; para él la Sierra de Perijá con sus llanos, cañadas y valles, es una fortaleza inexpugnable en medio de un paisaje, en el cual su estrategia admirable tiene siempre las máximas probabilidades de éxito. Sin embargo, la fuerza de la penetración blanca ha continuado aumentándose más y más por todos los lados, forzando al indio a retirarse de los valles hacia el monte. Mientras que en el valle del río Catatumbo entraron las compañías petroleras, y la colonización venezolana avanzó paso por paso hacia las faldas de la Cordillera, los colonos del valle del río Cesar, en busca de nuevas tierras, se abrieron camino hacia el Este, estableciéndose ya al pie de la Sierra.
En medio de este avance lento pero continuo, los Motilones han seguido su vida de guerreros, y sabiendo mantener su aislamiento completo, libre de toda influencia extraña, representan así una de las tribus aborígenes más interesantes del Continente. (Reichel-Dolmatoff 1945, 18).
Este pasaje es uno de los pocos del texto que alude a los fuertes conflictos sociales en los que están inmersos estas comunidades. Pero aun así, nótese que el autor habla de una completa adaptación del indio a su medio: ¿hasta qué punto se puede hablar de adaptación, en este caso? Puede que su adaptación principal sea para la guerra, y que su reconocida fama de guerreros se justifique, y esto únicamente por una necesidad básica de supervivencia, pero su sistema de producción agrícola no es adecuado en tierras poco fértiles, y en las cabeceras de los ríos y quebradas la pesca es muy escasa. Así, la comida se volvió la principal preocupación del indio:
La comida naturalmente es muy deficiente puesto que la mayoría de los frutos no se cultiva en cantidades que satisfagan el consumo sino que se deben recolectar cada día en el monte. […] Es natural que para el indio Motilón, como para cada primitivo, la comida sea lo más esencial de la vida: shishimpa, shishimpa “comer-comer”, es el refrán de todas sus conversaciones alrededor del fogón y cada relato de cacería de los hombres termina con una minuciosa descripción de las delicias de la comida. La mujer, a cuya carga está casi por completo la alimentación de la familia, vive constantemente ocupada con esta preocupación y emplea en la recolecta y preparación de ella la mayor parte de su tiempo. El hombre, que es en primer lugar guerrero, se ocupa poco de todo esto (Reichel-Dolmatoff 1945, 29).
Es lógico, entonces, que las habilidades creativas de los motilones sobresalgan en la fabricación de las armas: sus arcos y flechas son “verdaderas obras de arte”, nos dice Reichel-Dolmatoff; las flechas para la guerra se han modificado, pues se utiliza el acero del blanco para la fabricación de sus puntas (1945, 38). El tiro con arco, de manera parecida a como se comprende en algunas corrientes filosóficas orientales, está vinculado a una práctica mística, y a las fuerzas trascendentes:
Para los Motilones Posicho es una fuerza buena y guiadora y por su cualidad de guiar las flechas hacia el blanco, acepta al mismo tiempo la función de una especie de “dios protector” de los cazadores y guerreros. Que la muerte o una fuerza correspondiente a Posicho se manifieste en los elementos, es además una creencia común. (Reichel-Dolmatoff 1945, 53).
Harto diferente a la nuestra, su relación con la muerte se expresa en los complejos rituales de momificación y entierro de sus muertos. Sus difuntos mueren dos veces y son ayudados en este tránsito con bailes (se baila con el muerto a cuestas), música y llanto, y con una ceremonia en la que los familiares del difunto intentan suicidarse. Reichel-Dolmatoff distingue dos formas de suicidio, una para los hombres, que lo hacen como autocastigo, y una para las mujeres, cuyo motivo es el duelo. Sin embargo, cuenta la siguiente historia:
En lo general el suicidio es bastante común entre los Motilones. Repetidas veces hombres y mujeres afirmaron que era acostumbrado matarse en situaciones que ellos consideran trágicas. Al respecto me fue informado por personas competentes el caso siguiente: hace poco tiempo los obreros de una compañía petrolera en el Catatumbo sorprendieron en el monte a dos mujeres Motilonas y las cautivaron llevándolas a su campamento. Al otro día las encontraron a ambas muertas; se habían suicidado abriéndose las venas en el brazo a mordiscos. (1945, 61).
Con las descripciones de los objetos de uso doméstico y ritual, de la estructura de la vivienda y el orden de la casa, de los instrumentos para la música y el juego, el etnógrafo deja entrever la difícil situación que las comunidades de motilones viven por causa de la explotación de las compañías petroleras, presentes en la zona desde inicios del siglo XX. Sin duda, la fama de salvajes guerreros karib los precede, y en esto los inscribe también el investigador. Es más, el prejuicio histórico se muestra como un rasgo cultural: “El indio Motilón, es guerrero no solamente por odio, envidia o puro gusto sino porque para él la guerra es también una necesidad fundamental” (Reichel-Dolmatoff 1945, 62).
Desde el presente, casi setenta años después de la primera visita que la ciencia les hizo a estas comunidades indígenas, podemos mirar hacia atrás y encontrar, en este primer texto etnográfico, las pistas que nos permiten comprender la situación social que se vive actualmente en estas tierras:
En los feroces ataques contra los campamentos de los petroleros en el Catatumbo emplearon muchas veces una táctica tan admirable y sorprendente que los defensores se quedaron asombrados por la inteligencia de estos guerreros salvajes. (Reichel-Dolmatoff 1945, 64)
Otros guerreros más jóvenes contaron de sus excursiones en el Catatumbo. “Allá hay otros Blancos”, dijeron, “son rubios con ojos de agua. Gente con ojos de agua es gente ciega. Nunca nos ven”. Daban luego una perfecta descripción de las torres de petróleo y agregaron: “Matamos a unos de ellos y vimos todo lo que ellos hacían pero no pudieron vernos”. Preguntándoles por la razón de estas matanzas contestaron sencillamente: “Guatiya guanye, ¡los Blancos son malos!”. Su odio contra los Blancos es profundo y peligroso. (65)
Quedan pendientes dos cuestiones que se tratarán a continuación: ¿cómo explican los etnógrafos el carácter guerrero de los motilones?, y ¿de quiénes hablan cuando hablan de los motilones?
Niños yuko con la cara pintada. Fotografía de Gerardo Reichel-Dolmatoff. 1944. Archivo Fotográfico del ICANH.
LOS SALVAJES KARIB
Roberto Pineda Giraldo publica en 1945 un corto artículo titulado “Los Motilones”. En este se propone una compleja reflexión sobre el carácter belicoso y salvaje que por largo tiempo se les ha atribuido a los grupos indígenas de origen karib.
Pineda procede afirmando la unidad cultural de los yukos y los kunawasayas, de la misma manera en que lo hace Reichel-Dolmatoff. Inicialmente, critica un estudio previo realizado en 1935 por José Ignacio Ruiz, un miembro de la comisión que definió los límites fronterizos entre Colombia y Venezuela. Ruiz propuso una división de los indios motilones: los que habitan las sierras de Perijá y Motilones (aquí se incluyen los que se denominan yukos), y los que habitan la región del Catatumbo (los kunawasayas); los primeros, mansos, los segundos, belicosos; los primeros, degenerados y mezclados con los arhuacos, los segundos, descendientes puros y directos de los karib, sostiene Ruiz. Pineda responde:
Nosotros [se refiere a los etnólogos de la expedición de 1944] hacemos notar la diferencia de estatura [entre los dos grupos], y anotamos también cómo el idioma de estos indígenas de baja estatura [yukos] es asimismo un dialecto karib, fuertemente emparentado con los Opón-Carare, karib de gran estatura […].
De la fiereza de estos “pigmeos” [sic] “indios mansos”, estamos igualmente convencidos, por las demostraciones que vimos, por las relaciones que de su propia boca recibimos […]. (1945, 350)
Ahora bien, su perplejidad antropológica tiene que ver con lo observado durante la expedición: las comunidades indígenas que visitaron (yukos y kunawasayas) no sólo se mantienen en pie de guerra constante contra el blanco, lo cual es comprensible, también mantienen una permanente lucha entre sí. De manera que se plantea la siguiente cuestión: ¿la fiereza legendaria, la beligerancia (términos que Pineda usa) de la nación motilona se pueden atribuir a las circunstancias históricas de la Conquista y la colonización, o son explicables en términos de sus propias características culturales? Así agrega:
[…] a través de las Crónicas, muy poco hemos podido saber acerca de su organización como nación, como conjunto tribal que es. Se ha hecho legendaria su fiereza, pero no se conocen las causas de la misma, y a esto se agrega el que siendo, como son, un grupo cultural y lingüísticamente karib, este solo hecho los mostraría como bárbaros feroces, toda vez que la palabra caribe, por mucho tiempo, fue sinónimo de antropofagia. (Pineda 1945, 353)
Pineda concluye, después de hacer una corta comparación con otras comunidades karib como los yariguíes (antiguos habitantes de los valles de los ríos Opón y Carare), cuyo carácter belicoso y permanentes guerras fratricidas casi los llevaron a su extinción, y tras hacer un resumen de los conflictos habidos con los colonos (blancos y negros), que la agresividad, barbarie e inhospitalidad de los motilones dependen de su particular organización social interna (Pineda 1945, 354). Oponer lo histórico a lo cultural para explicar las cuestiones humanas es un error típico del pensamiento occidental, como lo es también oponer lo natural a lo cultural.
Contra la respuesta de Pineda se cuenta con un dato adicional: los yukos, cuya designación significa en algunos casos “indios salvajes” y en otros “indio manso”, pertenecen a la tradición cultural y familia lingüística karib; los kunawasayas no, su filiación cultural es chibcha; sin embargo también son llamados “indios salvajes”.
Yuko envolviendo con hilo de algodón la boquilla de una pipa.
Fotografía de Gerardo Reichel-Dolamotoff. 1944 Archivo Fotográfico del ICANH
¿QUIÉN ES QUIÉN?
En 1960, Gerardo Reichel-Dolmatoff publica otro artículo relacionado con los motilones, el cual se titula “Contribuciones al conocimiento de las tribus de la región de Perijá”. En este hace un intento por aclarar una confusión largamente sostenida: “La identificación cultural y delimitación tribal de los grupos indígenas que actualmente viven en la Sierra del Perijá y la vecina hoya del río Catatumbo” (1960, 161). Afirma que ha sido un error, cometido incluso por los mismos antropólogos, usar el mismo término de motilones para designar las tribus de la región del Perijá y de las hoyas del río Catatumbo y el río de Oro.
Así, Reichel-Dolmatoff distingue, por un lado, a los grupos tribales que habitan las vertientes oriental y occidental de las sierras de Perijá y Motilones, y por otro, los que habitan los valles del río Catatumbo. A los primeros los nombra yukos, y dice: “Los Yuko pertenecen a la familia lingüística Carib, y su cultura muestra un conjunto de elementos de la Selva Tropical y algunos rasgos andinos” (1960, 163). Las otras, “cuya cultura, idioma y características físicas difieren muy notablemente de los anteriores […], son extremadamente belicosas y casi desconocidas para la antropología”; también se diferencian de los yukos por su tipo físico, “pues eran altos, fornidos y de cabello largo, mientras que los Yuko se distinguen por su pequeña estatura y su cabello ‘motilado’” (167-168). Estos últimos se conocen con el nombre de kunaguasayas.
Los términos yuko y yukpa tienen un significado genérico relativo y son usados por las mismas comunidades indígenas para autodesignarse y diferenciarse de otros grupos. En resumen:
El término Yuko se emplea generalmente como sinónimo de “indio salvaje”, en oposición a Yukpa o Yupa, que significa más bien “indio manso” o aculturado. […] Los Manastara, por ejemplo, quienes se designan a sí mismos como Yukpa, llaman a los Parirí del río Yasa Parirí o Yuko, y también los Macoa se refieren a los Parirí con el nombre Yuko, indicándose así que los consideran como un grupo “salvaje” y diferente (Reichel-Dolmatoff 1960, 165-166).
Sin embargo, el significado del término yukos cambia una vez más cuando el investigador trata de distinguirlos de las comunidades que se designan con el término kunaguasayas. Sobre estos últimos Reichel-Dolmatoff nos cuenta las siguientes historias, que tienen que ver con la penetración blanca en sus tierras y la explotación petrolera:
Al comienzo, estos indios eran pacíficos y los vaqueros tenían buenas, aunque pocas, relaciones con ellos, pero cuando los peones comenzaron a robar comida de sus cultivos éstos se defendieron, y de ahí en adelante se inició una guerra a muerte entre indios y criollos. Del lado del Magdalena estos indios fueron designados ahora como “Motilones bravos” a diferencia de los Yuko, que se designaban como “Motilones mansos”. (1960, 168)
Aproximadamente de 1935 en adelante, al tiempo que se intensificaron las actividades de las compañías petroleras, aumentaron también los encuentros con los indios. Periódicamente, […] los indios atacaron a campamentos aislados o a grupos de trabajadores, resultando heridos y muertos en ambos lados. Tanto las esferas oficiales como las misiones católicas y aun algunos particulares, organizaron expediciones, sea para castigar y “pacificar” a los llamados “Motilones”, o sea para evangelizarlos o estudiarlos. Sin embargo, los resultados fueron negativos. Sólo por la confusión creada por el nombre genérico de “Motilones”, cualquier entrada al territorio Yuko se proclamó como una “conquista” espectacular, y muchas veces los relativamente pacíficos Yuko tuvieron que pagar por los ataques cometidos por los indios del Catatumbo. (1960, 169)
Sea como fuere, Reichel-Dolmatoff, en este mismo texto, realiza una caracterización cultural de los grupos denominados kunaguasayas, “motilones bravos”, de una manera muy parecida a como lo había hecho con los yukos en 1945, aunque con menos datos. En la parte de la “Guerra” (181-183) cuenta “varios relatos que merecen fe”: personas asesinadas por estos indios fueron parcialmente decapitadas; dejan la cabeza unida al cuerpo tan sólo por un pedazo de piel, las manos y los pies mutilados, lo mismo que los órganos sexuales. En ocasiones, los indios defecaron alrededor del cadáver antes de huir. Imágenes todas que parecen describir escuetamente una práctica común, una realidad, una manera de proceder: el horror. Pero recuérdese que uno de los fines de la antropología es producir imágenes.
Mujer yuko con pipa de barra en la boca y un abanico. El vestido es resultado de las misiones evangelización en la zona.
Fotografía de Gerardo Reichel-Dolamotoff. 1944 Archivo Fotográfico del ICANH
NOTA FINAL
Se incluyen a continuación los enlaces a tres textos de gran interés que pueden aportar algo al conocimiento de las comunidades indígenas que aún hoy sobreviven en las serranías de Perijá y Motilones y en los valles del Catatumbo y sus afluentes.
Reducción de los indios motilones. 1916. Del general Antonio Lafaurie.
Mujeres Yuko. Fotografía de Gerardo Reichel-Dolmatoff. 1944. Archivo Fotográfico del ICANH.
BIBLIOGRAFÍA
DE IBI, Camilo. 1919. Curiosos datos etnográficos y expedición del reverendo padre Camilo de Ibi, misionero apostólico capuchino, a la Sierra de Motilones. Bogotá: Casa Editorial de Arboleda y Valencia.
JULIÁN, Antonio. 1787. La perla de la América, Provincia de Santa Marta, reconocida, observada y expuesta en discursos históricos por el sacerdote don Antonio Julián, a mayor bien de la Católica Monarquía, fomento del comercio de España, y de todo el Nuevo Reino de Granada, e incremento de la cristiana religión entre las naciones bárbaras, que subsisten todavía rebeldes en la Provincia. Madrid: Antonio de Sancha.
LAFAURIE, Antonio. 1916. Reducción de los indios motilones, 2.a ed. Bogotá: Imprenta de Juan Casis.
PINEDA GIRALDO, Roberto. 1945. “Los Motilones”. Boletín de Arqueología, vol. 1, pp. 349-367.
REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo. 1945. “Los indios Motilones: etnografía y lingüística”. Revista del Instituto Etnológico Nacional, vol. II, Entrega 1ª, pp. 15-115.
REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo. 1960. “Contribuciones al conocimiento de las tribus de la región de Perijá”. Revista Colombiana de Antropología, vol. 9, pp. 159-198.